ÁGORA III EN ALAS
  QUE ES LA ENSEÑANZA
 
QUE ES LA ENSEÑANZA
 
La enseñanza es la más noble de las profesiones, si es que puede siquiera ser llamada una profesión. Es un arte que requiere no sólo logros intelectuales, sino una paciencia y amor infinito. Ser correctamente educados es comprender nuestra relación con todas las cosas con el dinero, con la propiedad, con la gente, con la naturaleza en el vasto campo de nuestra existencia. El propósito de la educación es fundamentalmente ayudar al ser humano a que se libere de su propia mezquindad y de sus ambiciones, la educación implica también ayudar al estudiante a crecer en libertad y sin temor. Una generación de niños educados de manera apropiada estará libre del afán adquisitivo y del temor, que son la herencia psicológica de sus padres y de la sociedad en que han nacido; y a causa de que han sido educados así, no dependerán de la programación mental que la sociedad les implementa. Desafortunadamente estamos produciendo, como si estuviéramos utilizando un molde, un tipo de ser humano cuyo interés principal es encontrar seguridad, llegar a ser alguien importante, o divertirse eludiendo la más mínima reflexión. La educación convencional vuelve extremadamente difícil el pensar independiente. El amoldamiento nos conde­na a la mediocridad. Ser diferente del grupo o resistir el entorno no es fácil, y a menudo es peligroso en tanto rindamos culto al éxito.
Los seres humanos no conocemos el significado de la vida, la razón por la que vivimos y luchamos. Si se nos educa tan sólo para lograr distinción social, para obtener un empleo mejor, para ser más eficientes, para ejercer un dominio más amplio sobre los demás, entonces nuestras vidas serán superficiales y vacías. Si se nos educa tan sólo para ser científicos, eruditos apegados a los libros, o especialistas adictos al conocimiento, estaremos contribuyendo a la destrucción y a la desdicha del mundo. Si no nos ayuda a descubrir el significado más elevado de la vida, poco valor tiene nuestra educación. Podemos ser sumamente educados, pero si no hay en nosotros una integración profunda de pensamiento y de sentimiento, nuestras vidas serán incompletas, contradictorias, y se hallarán atormentadas por múltiples temores; y en tanto los educadores no trabajemos para que en las personas florezca una vida unificada, la educación tendrá muy poco valor. En nuestra sociedad actual hemos dividido la vida en tantas secciones, que la educación tiene poco sentido excepto para aprender determinada técnica o profesión. En vez de despertar la inteligencia, que surge de la integración de la persona, la educación le incita a amoldarse a un patrón determinado, y de esa forma, la misma educación le está impidiendo que se comprenda a sí misma como un proceso total. El intento de resolver los innumerables problemas de la existencia en sus respectivos niveles, separados como están en diversas categorías, de­nota una absoluta falta de comprensión. La educación debe originar la integración de estas entidades separadas, porque sin integración la vida se convierte en una serie interminable de conflictos y sufrimientos. De poco vale que se nos eduque como abogados, si perpetuamos los litigios. El conocimiento que intentamos transmitir no tiene ningún valor si continuamos con nuestra confusión, y tampoco tiene ningún significado inteligente adquirir ninguna capacidad técnica e industrial, si la usamos para destruirnos unos a otros.
 
Ningún sentido tiene nuestra existencia si ella nos conduce a la violencia y a la completa infelicidad. Aunque podamos tener dinero y seamos capaces de ganarlo, aunque tengamos nuestros placeres y nuestras religiones organizadas, nos debatimos en un conflicto interminable.
Todos hemos sido preparados por la educación y el medio para buscar el provecho personal y la seguridad, y para luchar por nosotros mismos. Aunque lo disimulemos con frases agradables, hemos sido educados por las diversas profesiones, dentro de un sistema basado en el temor, la explotación y el afán adquisitivo. Una educación semejante debe traer inevitablemente confusión y desdicha para nosotros mismos y para el mundo, porque crea en cada individuo esas barreras psicológicas divisivas que lo mantie­nen separado de los demás.
 
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